Ya hemos conversado en oportunidades anteriores la ardua tarea que significa viajar en un transporte público con la panza a cuestas, desafío impuesto por el conjunto social de los adormecidos, de los “no te vi”… No hace falta ser muy observador para identificarlos en la multitud, mirando hacia un punto fijo en el medio de la nada pero estratégicamente situado en el extremo opuesto de tu emplazamiento. En esta oportunidad me ocupa el mismo grupo pero actuando en un escenario diferente: EL SUPERMERCADO.
A menos que los señores en cuestión se hayan tragado un corazón, no sé cuál es el motivo por el cual les parece que pueden estacionar justo ahí. Si te toca la suerte de coincidir bajando del auto y cruzar una esquiva mirada, el personaje de este cuento se da vuelta de inmediato y grita: “Vieja… ehh.. Qué te iba a decir??” Abraza a su cómplice y camina con paso decidido, dejando atrás tu redonda y adorable pancita que indica que vos si estás en el lugar preciso en el momento indicado.
Una vez adentro, después de aprovechar la oferta de pañales y de probablemente haberte olvidado más de un artículo sumamente necesario, llega el momento de pagar. Caja de prioridad para embarazadas, segundo acto. La cajera levanta la vista y cuando ve tu innegable embarazo alega: “señor le tengo que cobrar a la señora”, el tipo se queja entre dientes “pero… ehh.. bueh…”, empuja sus productos a un costado de la cinta, no sabe si adelantarse o pasar detrás de ti, gira sobre sí mismo en el acotado espacio, vos esperás con la placidés de la maternidad. Tal y como lo indica el cartel que te cuelga en la cabeza, te cobran… y con tu bamboleante paso dejas atrás al enrojecido cliente.
NOTA: Si tenés suerte, observarás cómo detrás de ti una apacible abuelita se abre paso y los aglomerados productos del “avivado” continúan esperando ahí, al costado de la cinta. Venganza … el placer de los Dioses.
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