Revisando un poco mi vida post parto he concluido que con Manolo he parido abuelos, tías, bis abuelas, tío abuelo y hasta un padre.
Todos esos vínculos que tenemos en la panza las madres de los primeros bebés de la familia nos vuelven necesariamente domadoras de fieras. Ahí, agazapadas al costado del camino dispuestas a atacar en el primer descuido, estas bípedas bestias esperan nuestro paso inocente para depositar de manera desmedida y alborotada kilos de besos y metros de abrazos, algún que otro permiso secreto, una malcriada sana y las gotitas justas de la “irresponsabilidad del no padre”, esto en el mejor de los casos, en el peor… las bestias no están tímidamente dispuestas entre los matorrales, truncan el camino ansiosas de carne humana… acumulan litros de baba y miles de desafortunadas frases acerca de cómo, cuando y donde críar al pequeñito, para estos casos, quien sabe les sirva recorrer nuevamente “La ira las diosas”.
La cosa es que nos desayunamos con esta delicada situación una vez paridas y el manejo de esta impronta afectiva dependerá de cada familia y de cuan múltiple haya sido el nacimiento.
Observaremos sorprendidas como afecta la llegada de un bebé a la vida de cada integrante de nuestra hasta ahora conocida casta y desconoceremos seguramente a más de uno.
NOTA: Tarea para el hogar: distinguir las fieras salvajes de las adorables fierecillas domésticas y disciplinar de acuerdo con la peligrosidad del animal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario