Mientras Manolo me empapa y yo intento que no se desnuque con una canilla, comienzo a rememorar cierto evento particular que me sorprende no haber compartido aun… el primer baño.
Pasado el mediodía del octavo día de vida de Manu finalmente sucedió… se le cayó el ombliguito!! Llamo a Papá Nicomio al trabajo… esa noche lo bañábamos!!!
Bañera en mano, con una colchonetita verde, regalo de las tías, y un impecable toallón de conejitos, transformamos la cocina en un perfecto natatorio. Debo confesar que estaba bastante tímida aún y deje la tarea de sostenerlo en manos del temerario padre que parecía ser todo un experto.
Cuando todo estuvo listo… al agua pato. Nuestras sonrientes muecas producto de tan adorable tarea comenzaron a virar hacia el espanto… el cuadro subsiguiente incluye manotazos y patadas todos ellos movimientos acompañados por un incansable enérgico llanto. Aparentemente Manolo no estaba tan contento como nosotros. Creo haber gritado por encima del incesante llanto cosas tales como: “Cuidado” “Despacito eh!!” “Levantalo!!”, “Acostalo!!” “Sumergilo más!!!” “Está bien el agua??” “Tendrá frío??” “Sacaloo!!!!!!!”. Creo que ha modo de mecanismo de defensa borré alguna contestación que sin duda habré recibido del valiente padre… Luego del correspondiente secado y vestido… el reparador sueño.
Embotados por el húmedo y excesivo calor de la cocina y exhaustos por la tarea desempeñada, debimos conversar seriamente la idea de hacer de nuestro hijo un pequeño mugriento. Analizándolo fríamente fue entonces cuando tomamos nuestra primera decisión de padres, muy a pesar nuestro, Manolo debía volver a bañarse.
NOTA: Meter un tiburón en una pecera?? Gran ocurrencia la nuestra!
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