Jamás imagine que embarazarse en la city era semejante desafío. La cosa es que nuestro porotito germinando es un obstáculo a la hora de viajar en un transporte público.
Tren, hora pico, ya en el andén comienzas a elucubrar una teoría acerca de cómo ponerte para que todos a tu alrededor noten tu estado y colaboren para el ingreso (tarea, por cierto, sobradamente dificultosa) Trabajas en la idea de que, una vez más, tendrás que solicitar a un “adormecido” caballero que te ceda su asiento. Por fin llega el tren, una vez adentro de la máquina infernal, quedas estratégicamente ubicada en medio de una masa populosa y comprimida. Te dispones a requerir lo que te corresponde cuando una voz se alza entre la multitud: “Alguien puede cederle el asiento a la chica que está embarazada?” He ahí el personaje de este comentario, tu defensor, quien solo actúa motivado por el placer de hacer lo correcto, todo un héroe. Los pasajeros en trance se abren a tu paso y allí esta, testigo mudo de infinidad de guerras en su honor… EL ASIENTO. “Muchas Gracias” le decís a tu quijote y emprendes los cortos pasos que te separan de la gloria, y entre la mirada recelosa de más de uno, desplomas tus aposentos.
A ti, defensor de las causas perdidas… GRACIAS!
NOTA: Te deseo que el solidario ciudadano que te ceda el lugar esté próximo a la puerta, de lo contrario te queda toda una aventura, llegar a bajarte en la estación correspondiente.
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